No entiendo nada.


He aprendido a hacer la O sin un canuto; lo que son las barras y las estrellas; a escribir tres zetas seguidas sin levantar el bolígrafo del papel, pero no puedo entender el significado de la vida.

Cansado de no poder entender lo verdaderamente importante, decidí ir en busca de ello. Pensando que aprender y entender era lo mismo. Me subí al sitio más alto que encontré y miré alrededor. Vi cielo, ví mar, vi naturaleza, vi hombres, cosas, árboles, animales, paisajes, pero no ví significados.

Convencido de que todo es relativo y depende de donde se mire decidí cambiar de lugar, baje de mi atalaya y camine por una ciudad: vi coches, edificios, algo de cielo, nada de mar, pocos árboles y muchas personas, pero no tenían significado.

Volví a cambiar de sitio, y otra vez, y otra vez, y muchas veces más. Me convencí de que nada es relativo y que no depende de donde se mire. Que podemos “aprender”, pero difícilmente entendemos nada.

Así que, sigo sacando punta a lápices que gasto y vuelvo a afilar, hago recorridos que repito un día y otro, oigo músicas antiguas que me son familiares y músicas modernas con las que me familiarizo rápidamente. Aprendo rápido y olvido; a veces, lo fundamental, otras, lo superfluo. Me he dado cuenta de que nada depende de donde lo miras, porque todo lo miras tú.

Ahora, sigo haciendo O’s sin canutos, separo barras y estrellas, y de las primeras me quedo con las de algún bar amigo, las zetas las disfruto en la cama, la hamaca o el sofá, y suelo hacer mas de tres seguidas sin levantarme, alzo el bolígrafo cuando no tengo nada que escribir y sigo sin entender.

Sigo aprendiendo las cosas y las casas, el cielo, el mar, las personas, los hombres, los árboles, los paisajes, pero no entiendo nada. El ¿Por qué? Tiene una respuesta, el ¿Para qué? No.
Ahora, desprendido de viejos dogmas y preceptos, vivo la vida.